Reseña: Misterioso Asesinato en Manhattan (1993)

Resumen de Misterioso Asesinato en Manhattan (1993)

Carol (Diane Keaton) y Larry (Woody Allen) son un matrimonio de clase media-alta de mediana edad que no se encuentra en su mejor momento. Tantos años juntos comienzan a pasar factura en la relación. Y es que las diferencias entre ambos parecen cada vez más obvias. En particular cuando comparan su relación con la de sus ancianos vecinos de enfrente o cuando Ted, un amigo recién divorciado, comienza a mediar demasiado en su vida conyugal. Este último, claramente interesado en Carol, intenta por todos los medios pasar el máximo tiempo posible junto a ella, llegando incluso a acompañarle en sus pesquisas en relación al supuesto femicidio cometido por el aparentemente amable residente del piso de enfrente.  Pronto los celos de Larry hacia Ted y de Carol hacia una sensual autora se verán mezclados con peligros e intrigas mucho más inminentes y arriesgados en esta clásica y divertidísima comedia con toques de enredo.

Crítica de Misterioso Asesinato en Manhattan (1993)

Todos los ingredientes que se etiquetan como típicos del cine de Allen están presentes en Misterioso Asesinato en Manhattan (1993) o, como también podríamos llamarla, (si se me permite el chascarrillo), “Todo lo que siempre quiso saber sobre su vecino y nunca se atrevió a preguntar”. Una película cuyo ligero corazón y buen hacer no pasará de moda con el devenir de las décadas, como tampoco lo han hecho las narraciones de la gran Agatha Christie con el paso de los siglos.

 

En esta cinta, al igual que en muchas otras, se refleja maravillosamente el relativismo moral omnipresente en las grandes sociedades y cómo las vidas de nuestros vecinos acaban por parecernos un mero entretenimiento más, como podría serlo cualquier otro hobby.  Un vacío capaz de provocar los más inquietantes escalofríos pero que gracias al tratamiento que “el de Nueva York” hace de este problema tan humano, aquí nos resulta divertido. 

Como buena ficción de suspense, el largometraje hace un uso excelente de la técnica de narrativa conocida como “plants and playoffs”. De tal manera que, poco a poco, el guion “planta” los datos que ayudarán a desentrañar el interesante misterio que esconde el argumento poco a poco. Siempre ocultándolos entre esos complejos diálogos tan típicamente  “Allenianos” que versan sobre la incomunicación en la pareja, el laberinto que son las relaciones humanas, el desgaste de la rutina y el relativismo moral.

Se nota que para Woody Allen lo verdaderamente importante radica en el propio guion y que escenificarlo lo más puramente posible es su intención principal. No busca embellecer las escenas con fotografías o escenografías increíbles. Se preocupa estéticamente de las composiciones, por supuesto, pero solo para crear coreografías de movimiento entre personajes y cámara. Siempre con la intención de facilitar a esta última la labor de escoltar a los primeros durante cada escena al completo. Poco más. Tampoco hace falta. El método le queda perfecto pues da una práctica sensación de realismo, de estar documentando la sociedad contemporánea de verdad. 

 

Salen a la luz ciertas raíces teatrales en la forma en que Allen dirige y performa sus escenas. Apostando por diálogos escritos por él mismo y confiando en la profesionalidad y buen hacer de los actores que escoge para que los expongan de manera perfecta. Poca broma con su elección de elenco, los intérpretes son todos maravillosos. Diane Keaton, en la piel de la dulce, aburrida y entrometida Carol, encandila como nadie, con su siempre acertado aire estrafalario y su encanto natural. 

En relación a esto mismo es muy interesante la ausencia casi total de cortes en algunas escenas, utilizando para obtener la información el propio movimiento del objetivo a modo de plano secuencia, con la cámara al hombro. Llega la cámara incluso a atravesar paredes del decorado. Unas transiciones que lejos de distanciar de la historia, dejando ver que estamos ante falsos muros (vacíos de cables, de fontanería y demás), incide más en su realismo, produciendo la sensación de encontrarse realmente dentro de un hogar, con sus paredes falsas, pero paredes al fin y al cabo. Actúa el objetivo en tales ocasiones como mero espectador de los sucesos y conversaciones que se presentan ante él. Es un testigo invisible que ayuda a alcahuetear la vida de esta pareja de entrañables cotillas. 

 

Suele Allen mantener la cámara estática en las escenas de exterior. Justo al contrario que en las escenas de interiores, donde la cámara está en constante movimiento, porque es precisamente dentro de los hogares y de los locales donde la vida de Nueva York es más vitalista y pulsante. 

 

Conforme avanza la trama más nos metemos, junto a los personajes, en la intriga del asesinato. De la misma manera, cada vez más convergen ambos estilos (la estaticidad y el movimiento) para deleitar con escenas de conversaciones en las que la cámara gira y gira, cambiando el eje, acompañando por la espalda a unos personajes que también trastocan el eje conforme el diálogo prospera. Un perfecto caos controlado al milímetro. Allen no se avergüenza de la cámara y no la esconde, como tampoco esconde las artimañas que utiliza en su película para poder grabar como lo hace. Nos deja ver los entresijos de su personal juego porque sabe que su atrapante guion hace que se pasen por alto las tácticas de filmación

 

Allen juega a cambiar, combinar y probar estilos en su filmografía. Es precisamente esto lo que intenta en esta cinta, subvirtiendo un género intenso mediante su mezcla con comedia de enredo. Torna así este film en una imaginativa comedia desarrollada en el universo temático habitual del director, lleno de toques de realidad. Se aleja de las pretensiones del cine arte, no busca ir más allá que entretener a un público ávido de ocio. No olvidemos que precisamente la enorme capacidad que el cine posee para generar evasión mental es justamente uno de los intereses explorados casi una década antes por este guionista. Lo hizo en la película La Rosa Púrpura del Cairo (1985). 

Personalmente, no puedo evitar que el listado que Woody Allen se granjeó a sus espaldas durante el siglo XX me recuerde a los famosos ejercicios de relato corto perpetrados por Italo Calvino. El afán del famoso director por estirar y subvertir géneros y métodos fílmicos se asemeja bastante al intento de acercamiento del popular autor italo-cubano a la escritura apócrifa. Misterioso Asesinato en Manhattan quedaría a tal efecto como la tentativa del neoyorkino de salir de su zona de comfort mediante la realización de una ligera comedia de suspense

Los “bufónicos” gags vocales del propio Allen en la piel de Larry son insuficientes para arrancar la carcajada profunda pero funcionan más que de sobra para sonreírse de cuando en cuando con la suficiente frecuencia como para mantener un agradabilísimo buen humor general desde el minuto uno del largo hasta la aparición de los créditos. La verdad es que da verdadera pena alcanzar el fundido a negro final pues el entretenimiento alcanzado por la cinta es de un nivel estupendo. Se está muy agustito en esta historia de intriga creada por el “genio de Brooklyn”. Precisamente por ese carácter afable que este film insufla en el suspense de la trama es por lo que se asemeja a las novelas de crimen de Agatha Christie; esas en las que Poirot o Miss Marple pueden reunir a todos los sospechosos en una sala, sin miedo a que los culpables huyan despavoridos ante la idea de ser cazados por el ingenio de los investigadores

Si acaso tengo una crítica sería para el torpe modo “remate” de la trama secundaria (o terciaria) ocupada por la forzosa y forzada pareja que conforman el maravilloso Alan Alda en el papel de Ted y Anjelica Huston como la fascinantemente seductora Marcia Fox (de la que nos hechiza hasta el nombre). Ambos ocupan un lugar importantísimo en el desarrollo de la trama y sin ellos la consecución climática no podría haberse alcanzado. Sé que no se trata de los protagonistas y que, por lo tanto, su historia no es la que importa, pero igualmente me hubiese gustado un toque final menos tópico y desastrado. Se sienten ese colofón como un forzado punto y final que los trata como medios para un fin en lugar de como a personificaciones manifiestas (es decir, personajes)  en una historia. Se olvida el autor de que han pasado tanto tiempo con nosotros como con la pareja protagonista y que, a causa de tanta inversión temporal, ahora nos preocupamos por ellos y los apreciamos. 

 

MIsterioso Asesinato en Manhattan no es ni mucho menos una cinta de culto como lo es, por ejemplo Annie Hall (por seguir con un simil de la misma autoría). Y es que no alcanza a remover sentimientos tan profundos como lo hace su hermana mayor. Se queda como mucho en una cinta anecdótica, simpática y agradable. Pero qué anécdota TAN simpática y agradable, ¿verdad? Yo, desde luego, repetiría.