Reseña: Faces (1968)

Resumen de Faces (1968) de John Casavettes

Una serie de personalidades “entendidas sobre cine” se reúne para ver la próxima gran película del momento. La proyección comienza: Dos hombres entraditos en años comparten su tiempo libre con Jeannie (Gena Rowlands), una hermosa y joven prostituta, a quien no dudan en acompañar a casa. La joven entabla una buena relación con Richard (John Marley), de pelo cano, desestimando a su amigo. Parece ver en él una posible salida de su actual vida. Richard vuelve a su hogar, donde se encuentra con su esposa, María. Convencido de que todo es horrible en su matrimonio, le propone el divorcio con cero delicadeza. Su infelicidad lo conduce a regresar junto a Jennie a un piso donde vivirá buenas y malas situaciones por igual. Mientras tanto vemos cómo su ahora ex sale de fiesta con sus amigas. En el local de moda conocen a un seductor joven que se une a su grupo cuando regresan de nuevo a la casa de la propia María. Allí, una a una, va rechazando y/u ofendiendo a todas las damas para poder quedarse a solas con su deseada María. Acaban así pasando la noche juntos. Tras la cual ella, que ha consumido somníferos previamente, se queda inconsciente. Con muchos esfuerzos él consigue traerla de vuelta. a la vida. A esto Richard regresa de su “micro Edén temporal” como si nada ocurriese. El clímax final, para bien o para mal,  está servido. 

Crítica de Faces (1968)

Dicen que los ojos son el espejo del alma. Casavettes en este largometraje se aproxima al pequeño telón que es el rostro para mostrar a través de él el inmenso escenario de las ideas y los sentimientos humanos. En Faces (1968) el director nos muestra el mundo desde planos cercanos, casi detallados de los rostros de sus protagonistas. Porque lo que importa no es ni lo que se dice, ni el comportamiento, sino lo que esconde la mente. ¿Y qué mejor que la faz para adentrarse en profundidad en ideas y sentimientos? O en palabras de Loles León en la piel de la inolvidable Paloma Cuesta: “Las caras, Juan, las caras”. 

 

Esta propuesta independiente tiene el aire, el aura y el método de realización de toda buena cinta naturalista. De hecho, Faces recuerda mucho al cinema verité británico. Con ese naturalismo en blanco y negro, Casavettes expone las cuestiones sociales más relevantes de su época, en una trama cuya misión no es otra que la de manifestar lo más verídicamente posible la mentira que supone la áspera meritocracia capitalista de la clase media estadounidense. Esa convencida de que lo único por lo que merece la pena preocuparse es lo políticamente correcto y lo considerado como  socialmente aceptable. Cuestiones ambas que solo generan desamparo, soledad e infelicidad a los protagonistas de esta historia. Y es que, a pesar de que aparecen personajes ante la cámara, las verdaderas protagonistas de esta narración fílmica son las lacras sociales y psicológicas. 

De la espectacular mano de este director, la mirada atraviesa el espejo que son las convenciones para, cual la Alicia de Carroll, “des-entenderlas”, con el fin último de comprender después su funcionamiento desde fuera. No es casualidad que la gran mofa, la gran burla y al mismo tiempo la gran tragedia expuesta en la peli es que la proyección esté presidida por Richard Frost. Esto es así porque en un además digno del poéticamente inverosímil guionista Charlie Kaufman (Cómo ser John Malkovich / Adaptation: El ladrón de orquídeas) el propio Frost aparece en la cinta que se va a exponer como protagonista máximo de la misma. (Guiño guiño, codazo codazo). Puede que sea precisamente su presencia en ambas realidades, la supuestamente real y la fílmica, lo que propicia el salto al otro lado del espejo que nos muestra la objetividad de la existencia humana sin contemplaciones. 

 

Antes del visionado de esta obra de ficción más vale separarse de la compresión formulaica que suele tenerse de la manera de contar historias típicamente occidental. Una vez que la proyección comienza, (tanto la real como la expuesta en la primera escena en pantalla), nos topamos con una veracidad rugosa que recuerda a filmes europeos como Al final de la escapada (1960), donde los cortes, los márgenes, el aire entre personaje y encuadre, las formas y demás no funcionan como el cerebro asegura que deberían. 

Casavettes nos entrega una película con mucho grano, para dejar claro que expone la cruda realidad. Pero lo hace filmando planos forzados, aberrantes. No llegan estos a alcanzar la suma extravagancia de clásicos como El Gabinete del Doctor Caligari (1920) pero sí resultan lo suficientemente “escherianos” como para considerar esta cinta como una fiel sucesora del vanguardista estilo artístico expresionista que tanto definió la escena pictórica de la Escuela de Nueva York pocos años antes del estreno de Faces

 

Es fácil reconocer que se trata de un clásico cinematográfico imperdible. Sin embargo, su digestión puede resultar francamente difícil para las nuevas generaciones. No precisamente por su afanosa presentación de complicados planos, sino porque vivimos en un mundo modernos, comprometido con los valores éticos y morales, Lo que impide hacer cierto tipo de comentarios soeces, agravantes y ofensivos hacia minorías en exclusión o riesgo de exclusión social, tales como las mujeres, las comunidades judía y queer, etc. 

Cierta sensación de presión atenaza el pecho en cada escena. La película tiene la capacidad de generar angustia con cada mirada e incluso cada risotada. Como para sus protagonistas,  se antoja imposible escapar de las fuertes emociones, la cruda soledad, la brutal desolación y la ruina sentimental que se percibe en cada gesto. 

 

Finalizado el film quedamos con un interrogante: ¿continuará la pareja existiendo en compañía o vivirán por separado? Lo único verdaderamente claro ahora que las cartas de todos están sobre la mesa. Ya no hay vuelta atrás. No se puede desdecir lo que se ha dicho, como no se puede borrar el daño provocado, ni se pueden olvidar fácilmente el rencor, la acritud y la ira. Nos quedamos, como el matrimonio protagonista, tirados en la escalera, perdidos entre la escasa comunicación de los silencios y las medias palabras. Pero ¿qué más da? Lo que venga ahora ya es cosa de Richard y María, en cuyas vidas no somos más que polizones. 

A nosotros nos toca abandonar la sala (o apagar el pc, en su caso) reflexionando sobre nuestra propia vida, nuestras propias metas, ilusiones, sueños, desengaños y decepciones. Es hora de hacer balance sobre lo que nos conviene, lo que podemos obtener y lo que, quizá, (hasta la aparición de los créditos), no nos habíamos dado cuenta que ya tenemos perdido. Qué triste, pero también qué bonito, ¿no es cierto?. 

 

Una película sobre cárceles anímicas y morales que hace gala de un estilo personal y dinámico. Basada en una exitosa mezcla entre naturalismo, expresionismo y verité, la cinta es capaz de exponer el amplio abanico de claroscuros del patetismo humano que nutre la “otra cara” del sueño americano.